Los ojos de Efraín que no conocieron soledad alguna

Soledad Corral Estrella junto a su ejemplar de 'Perpetuum mobile' de Efraín Jara Idrovo, (PUCE 2017). Foto: Miguel Arévalo. 

Una casaca impermeable color púrpura y un cigarro encendido se acercaron lentamente, como intentos sobre un cuerpo para anestesiar la garúa y el frío cuencano. Mochila de cuero a un lado -pero antes- ‘Perpetuum mobile’ y ‘Sollozo por Pedro Jara’ sobre la mesa. Un poco intuyendo para lo que fue llamada.

Soledad Corral Estrella deja que su tabaco se consuma, bota la colilla y empieza a contar sobre ese acercamiento que hace cinco años la convirtió en la traductora, el espejo, o el término que quepa cuando alguien habla a través del otro, en este caso del poeta y escritor cuencano Efraín Jara Idrovo.

En 2013, a sus 19 años tuvo un descanso académico en la Universidad de Cuenca y fue recomendada por su madre Carmen Estrella a la hija de Efraín, Renata Jara, quien buscaba una persona que le leyera al poeta y transcribiera sus textos cuando su visión y su motricidad lo abandonaban progresivamente por sus avanzados años.

Nadie los presentó. Soledad llegó “nerviosísima” y Efraín la recibió con algo como: “Pasa, hijita. Vamos a ver cómo lees”. Esto, a manera de bienvenida. "Hijita". Nunca la llamó de otra forma. Desde que le prestó el Curso de Lingüística General de Ferdinand de Saussure, libro con el que la bautizó cuando ella le contó que estudiaría la carrera de Lengua y Literatura.

Esos casi 70 años de diferencia eran imperceptibles cuando de lunes a viernes, por tres horas diarias, Soledad le leía a Jara Idrovo un libro por semana. La pausa la imponía Lucifer, un gato viejo al que el poeta quería entrañablemente. “En ese momento me decía que deje de leer porque se me iba a secar la garganta.

Jugábamos con el gato y tomábamos Fioravanti. Ahora, cuando vuelvo a tomarla, lo recuerdo y tengo esa impresión de sentir la garganta menos seca”, dice la joven con una sonrisa tan grande que casi se pierde el labial fucsia entre sus dientes.

“Nada de musas, nada de inspiración. Poesía es 99 por ciento de transpiración y 1 por ciento de inspiración”, frase que Efraín repetía antes de ponerse los lentes, agarrar una lupa, y escribir o dictar sus textos a su pupila.

‘Pupila’ porque para Soledad esto no era un trabajo sino un aprendizaje. “Sí, tenía reparos con las nuevas generaciones de escritores, pero sentía que cuando le preguntaba algo, se emocionaba y me lo explicaba con tanto amor”.

El 31 de diciembre de 2016, Soledad recibió una llamada de la familia Jara para informarle que el poeta había enfermado y que ya no debía ir más. Ella lo siguió visitando.

“Me contaron que preguntaba por mí”, hace una pausa. Pide disculpas... se quiebra. Se repone y asegura que en el poeta tuvo la figura del amigo y de sus dos abuelos a los que no conoció. ‘Cuchucho’ se fue a los 92 años. Sus ojos cansados no conocieron la soledad, más bien la tuvieron a su lado, siempre.



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